Mitos
y leyendas. El fantasma de La Casa de las siete chimeneas.
La
doncella del tejado
Invierno en Madrid, el
retumbar de truenos lejanos y el sonido del viento azotando los vidrios de los
ventanales terminan por deshacer mi placentero sueño y me desvelan. Mi
despertador digital marca la 03:31. Perezosamente me levanto de la cama y tras
beberme un vaso de agua me siento junto a la ventana del salón para fumarme un
cigarro, con la esperanza de poder volver a conciliar el sueño.
La noche fuera está de lo
más desapacible, en la plaza del rey, las ramas de los árboles flamean al
viento violentamente devolviendo crujidos lastimeros. Algunas bolsas y cartones
huidos de los contenedores de basura, se arremolinan al final de la calle y
parecen cobrar vida en sus acrobáticos vuelos, imitando los juegos
infantiles y al amparo de la intimidad que se les presenta en una noche como
ésta, con las calles desiertas y a salvo de miradas juzgadoras.
En el cielo, una masa de
nubes rojizas avanza hacia el este a toda velocidad, presagiando la tormenta
inminente que no tardará mucho en descargar sobre la ciudad. De vez en cuando,
un rayo lejano tiñe las nubes de gris eléctrico y a los pocos segundos, los
cristales vibran con su correspondiente trueno. Arrimo más mi sofá a la
ventana… siempre me gustaron las tormentas y esta noche parece que el sueño me
ha abandonado por completo. En una de las pausas entre trueno y trueno,
mientras prendo mi segundo cigarrillo, me parece escuchar el tañir de unas
campanas a lo lejos, quizás sean las de la iglesia de los Calatravas, en la
calle de Alcalá, pero me parece muy extraño… esos tañidos no son los que marcan
la hora… son monótonos… repetitivos, parece que las campanas tocan a muerto.
Pero no es posible, a estas horas de la madrugada iglesia de Madrid está
abierta y muchísimo menos suenan las campanas, más allá de los mecanismos
automáticos de los relojes.
Son las 03:54, de repente,
unos enormes goterones impactan contra las ventanas como pequeños kamikazes,
produciendo ruidos sordos que rebotan por el salón, perdiéndose en ecos suaves
por el pasillo del fondo. Un enorme relámpago serpenteante se dibuja ante mis
ojos a unas pocas cuadras de mi casa y prácticamente al instante, al tiempo que
suena un estruendoso trueno, se va la luz en la calle y todo queda sumido en la
oscuridad. Las campanas siguen sonando entrecortadamente en la letanía…
Me levanto y me pego mi
cara contra los fríos y empañados vidrios para comprobar que todo el barrio
está completamente a oscuras. La amarillenta luz de otras zonas alejadas de la
ciudad que no han sufrido el apagón rebota en los nubarrones inundando la plaza
y la calle Infantas con tenues tintes rosáceos. La lluvia comienza a ser más
perceptible y mientras alzo mi mirada al cielo, sobre el edificio que tengo en
frente, sede del ministerio de cultura… la veo.
Siento como mi cuerpo queda
paralizado ante la visión que estoy contemplando en éste momento. Una mujer,
alta, con el pelo largo y negro que ondea flácido en las azarosas ráfagas de
viento, camina segura entre las chimeneas del tejado del edificio. Ataviada con
un camisón blanco que cubre su cuerpo hasta los tobillos, se dirige cabizbaja y
decidida por el alero del palacete hacia la zona que da al Alcázar. En una mano
porta una especie de antorcha, en la que una débil llama lucha a muerte contra
la lluvia.
Cuando llega al extremo del
tejado, cae de rodillas y alzando su rostro al cielo, comienza golpear con
fuerza su pecho. Otro relámpago estalla a escasa distancia y su fantasmal
perfil se dibuja perfectamente mientras que el sonido del trueno se funde con
un alarido que hace que todos los pelos de mi cuerpo se tensen como alambres de
acero.
Tras el fogonazo del
relámpago y cuando mis retinas vuelven a enfocar en la oscuridad, la extraña
mujer ya no está. Parece que se ha evaporado ante mis ojos…
Dando lentos pasos
inconscientes hacia atrás me derrumbo sudoroso en el sillón. Todavía no me
puedo creer lo que acaban de ver mis ojos; toda la vida escuchando la vieja
leyenda de la casa de las siete chimeneas y yo siempre tomándomelo a broma y
hoy, la mismísima Elena Zapata ha paseado por su tejado para mí.